agosto 17, 2010

LA FELICIDAD ES UNA FORMA DE NAVEGAR

“He sospechado alguna vez
que la única cosa sin misterio es la felicidad,
porque se justifica por sí sola.”

-Jorge Luis Borges-



Eudaimonía en Grecia, se le llamaba al favorecido por la fortuna. Felicitas en latín se refería a lo fructífero, a lo fecundo. Beatitudo incluía el concepto de una plenitud desbordante, la realización de las propias capacidades.

¿La raíz de la felicidad está en nosotros mismos?
¿La felicidad es subjetiva?
¿La felicidad tiende hacia el bien?
¿La felicidad tiene que ver con la paz, con el amor, con la salud o con los bienes materiales?
¿La felicidad está en la carencia de preocupaciones?

Si se tuviera la certeza de en dónde habita la felicidad o cual es el camino, casi es seguro que ya la tendríamos persecula seculorum. Se ha dicho hasta el cansancio que la felicidad está dentro de nosotros mismos, que no está en el exterior, que se construye desde adentro hacia fuera. Boecio, un filósofo y estadista romano, por ahí del año 500 a. C. decía ¿Por qué buscais la felicidad, oh, mortales, fuera de vosotros mismos?

Estos criterios podrían ser complementados por sentencias como: “cuando la pobreza entra por la puerta, la felicidad sale por la ventana;” o como dijo Kant, “La felicidad no es un ideal de la razón si no de la imaginación”.

Bien es sabido o asegurado por infinidad de religiones y corrientes humanas o filosóficas, que lo que pasa a nuestro alrededor puede ser construido o derrumbado; lo negativo o lo positivo se pueden atraer, incluso nos podemos “fabricar” enfermedades, resultado de nuestra forma de encarar a la vida, pero ninguna de las definiciones de la felicidad podrían abarcarla a sí misma por que la felicidad es subjetiva, por lo tanto individual, por lo tanto natural. ¿Entonces está dentro o fuera?

Lo que si es definitivo es que encontramos la felicidad en lo que nosotros decidimos encontrarlo. Pareciera a veces que hay que buscar la felicidad, pero a mi me parece que la felicidad no es una meta, ni un camino, como se ha dicho tantas veces. La felicidad ocurre equilibrando lo que nos hace sentir bien, lo que nos gratifica, lo que nos da placer, lo que nos parece justificablemente valioso; la lista podría seguir, sin embargo, estoy convencida de que la felicidad no tiene que estar relacionada completamente con la alegría todo el tiempo. Cierto es que, una persona amargada o melancólica no permanecerá con una actitud positiva ante su entorno, pero nos hemos preguntado si en esa tristeza, si en ese martirio, no encontrará la felicidad, Víctor Hugo decía: “La melancolía es la felicidad de estar triste”. ¿será posible?.

Nos hacemos esclavos o adictos de nuestras propias actitudes; si nos acostumbramos a gritar, a llorar, a pelear desde pequeños, seguro es, que encontraremos en estas manifestaciones una manera de canalizar o de sublimar nuestras frustraciones. Incluso de encontrar cierto placer. ¿Y quién dice que tengamos que permanecer en la alegría todo el tiempo para realizarnos como seres felices?

La felicidad no puede ser todo placer. Si fuera así, podríamos permanecer en estados de placer permanentemente, ¿por qué no, provocárnoslos? Sin embargo una de las particularidades del placer es su fugacidad, así que sería imposible permanecer constantemente en un estado placentero. Además si fuera así, perdería su vivacidad, se nos apagaría la capacidad de asombro que produce el placer tal como es: repentino, sorpresivo.

¿Entonces qué es la felicidad?

A mi parecer, la felicidad es la relación de cada ser humano con el mundo; es decir una vocación relacional de subjetividad y objetividad, donde la deliberación, la razón y la actitud, juegan un papel fundamental.

Claro, las alegrías pasajeras ayudan y mantener esta relación es un afán humano común y eterno.

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