Cuando las Pestañas del amanecer comienzan a parpadear, es cuando despierta la mañana.
El hombre corre y se apresura, el círculo perpetuo del nacer y el morir está presente, sus temeridades, sus esperanzas, sus afanes.
El hombre se detiene, se sostiene, camina, teje sueños en su sábana mental. El volcán orgásmico de sus entrañas y el coro de sus hábitos lo hacen levantarse cada día a vivir una aventura que no se sabe si será cierta o incierta.
El hombre, se tiende en el desierto de su condena: ser hombre y no alcanzar más que eso. Quisiera mover la voluntad del otro, nos cuesta toda una vida entender que la voluntad es propia y la de los demás no puede moverse un ápice para asirnos de o justificarnos en ella.
El hombre quiere quitarle la cara al miedo pero su corazón amodorrado lo atrapa en un laberinto de dudas, de misterios que convocan al insomnio.
¿Que es lo que quiere el hombre cuando ama? ¿Porque se reúne con otra voluntad si no es la suya? ¿A dónde quiere llegar si para llegar-a donde sea- se tiene que aparear con otros? ¿No es mejor caminar solo el sendero y decidir y elegir a voluntad?
Frente al agobio de su queja, el hombre no logra despejar la duda de la cópula, del convivio, de ese vivir aparejados y del desorbitamiento que esto le produce.
El hombre como un necio animal, se sumerge en los demás, se proyecta, ya sea como sombra o como luz.
Nadie puede negarlo: nuestra vida esta rodeada y es acosada por la rabia o el júbilo de esos espejos llamados hombres también, que incautan la voluntad y muchas veces el camino propio. La vida, ese vaso que se llena del día a día, de la rutina urbana, de la lucha por sobrevivir. Y entonces el hombre olvida su propósito, el generare que lo depositó en este planeta, el SER y el ESTAR. Estos fundamentos se confunden, se invaden, enraízan en su corazón como una breña estéril que, paradójicamente, a veces engendra rastrojo inservible para la buena cosecha.
El hombre aloja su esencia en los márgenes de la vida, “La vida que es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes” *, y sabotea su felicidad a costa de la paz que lo puede cobijar justo cuando la noche se avecina.
El hombre atiende al ruido externo y pierde la voz interior, a la que si se le reserva el silencio, es sabia. La voz interior nos orienta, nos advierte del peligro de perdernos en el ruido que ensordece la felicidad de estar vivos. Aún en la negrura más profunda, en la escalera insegura, habría de salir una bendición de nuestros labios para convocar el milagro de la permanencia, la claridad de sabernos y de contenernos a nosotros mismos.
El hombre se fortalece en la trinchera, se realza en el amor y se decide en la esperanza pero a veces su miedo de SER y ESTAR es tan poderoso que se hospeda en el reconcomio y el spleen.
Pero de pronto un instante en el que el mar irrumpe y lo lava todo con su sal, despeja la sombra y la sangre. Es entonces cuando el hombre renace y se reinventa y ese instante que no sé precisar, le llega al hombre en algún momento de su vida, quizá en la soledad que cauteriza. La sal lo cubre todo, quitando la dulzura de la ingenuidad pero dejando un resabio de experiencia y muchas veces de dolor, para poder así concebir un tiempo nuevo en el que nunca más se nadará en lagunas de confusión.
Yo quisiera saber cuándo es que llega ese momento. En la vida de cada hombre se prepara este tiempo, a veces tarda un siglo, a veces de improvisto se agazapa y asalta en la carrera, pero es sin duda un brillante y violento instante de sensatez . Es difícil precisarlo y desentrañar la duda del móvil de cada hombre hacia el final del túnel.
No sabemos si a todos les llega.
Hay hombres que huyen despavoridos y se esconden en su memoria, en lo viejo que la vida les ha enseñado, porque es mejor andar el camino recorrido, que introducirse en uno nuevo y por lo tanto desconocido.
Desdichado el que ve pasar de largo el instante del devenir, en el que se gesta la revolución propia. Ese certero momento en el que se reprograma la memoria, la tragedia se asimila y se genera el desenlace de una vida, instante que renueva al hombre y lo transforma.
[*] John Lennon
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